Extracto de la conferencia brindada por el prof. Rubén Bourlot con motivo de los festejos por los 200 años de la República de Entre Ríos dentro del ciclo de jornadas “El rol de los caudillos en la formación de la nación” organizado por UNER y el Instituto Federal de Estudios e Integración José Artigas.
El sufragio de las lanzas.
Entre Ríos fue cuna de caudillismo desde los primeros escarceos revolucionarios.
A fines de 1810 los españoles atrincherados en Montevideo procuraron retomar el control del litoral enviando un contingente al mando del Capitán de Navío Juan Ángel Michelena. Pudieron ocupar tres villas entrerrianas fundadas por Rocamora: Concepción del Uruguay, Gualeguay y Gualeguaychú. Pero no les sería fácil la empresa, Entre Ríos era tierra de bravos. En Concepción del Uruguay el joven Francisco Ramírez oficiaba de enlace entre los rebeldes y Santa Fe, donde Martín Rodríguez y su Regimiento de Húsares del Rey debía prestar apoyo para repeler a los realistas.
La respuesta fue exigua y a destiempo. Del interior de los montes entrerrianos se fue gestando la fuerza indomable de los primeros caudillos que luchando al “montón” con unos pocos trabucos, lanzas, boleadoras y lazos lograrían la primera hazaña de los patriotas: rechazar a los realistas y salvar la revolución, liderados por uno de los primeros caudillos rioplatenses, Bartolomé Zapata. A principios de 1811 estaban recuperadas las tres villas.
Este fenómeno del caudillismo que atravesaba toda la América hispana seguramente abrevó en la tradición caudillista española, emergente de las guerras de la reconquista de los territorios ocupados por los árabes. Allí nació el personaje del caballero medieval, de la frontera, que encabezaba la lucha por reconquistar la tierra en nombre de la religión, que confrontaba el cristianismo contra el moro musulmán; ese caballero que luchaba por los intereses de su pueblo y sus intereses particulares.
La soberanía particular de los pueblos se ve expresada en las ideas de Artigas, pero correspondía a la mayoría de los caudillos. Aquí ya no era la lucha contra el moro árabe, ni contra el godo germánico, sino contra los realistas – también eran llamados “godos” en América -. Otro punto de contacto a destacar es que los caudillos americanos enarbolaban la bandera de la defensa del cristianismo, tal como lo expresaba Facundo Quiroga con su lema “religión o muerte”.
Es a partir de esa tradición que la revolución emancipadora en los interiores americanos tiene una fuerte tendencia a la dispersión, al particularismo de cada región, origen remoto del federalismo.
“Debido a la dispersión de los centros urbanos se adjudicó el sentido localista a cada ciudad creando un espíritu de edad media. El hombre de la época hispana careció de la noción de estado que posee el actual (…)”.
Vicente Sierra
El republicanismo de los caudillos, que se oponía a la monarquía española y a cualquier forma de dominación realista, era muy distinto al republicanismo de los jacobinos de las metrópolis americanas. En el caso de los caudillos del Litoral había una muy fuerte influencia de las prácticas de los cabildos y en particular de los que correspondían a los pueblos jesuíticos.
En las metrópolis americanas, como es el caso de Buenos Aires, se pretendía centralizar un gobierno que reproducía el modelo de la metrópolis española, un gobierno centralizado que finalmente terminaría siendo un régimen monárquico. Para los caudillos era inaceptable.
Los riesgos para la organización de los territorios americanos el respeto irrestricto de las autonomías territoriales eran la dispersión y el caos; así lo entendían tanto San Martín como Bolívar. Pero la centralización que ofrecía Buenos Aires tampoco garantizaba la unidad ni la independencia de los americanos, las pretensiones de Portugal e Inglaterra eran el principal riesgo.
El surgimiento de la rebelión caudillista se incubaba seguramente a partir de las reformas borbónicas, lo que implicaba un mayor control sobre el territorio y a su vez la liberalización del intercambio comercial. Eso suponía el abandono del monopolio español que obraba como un proteccionismo de las precarias industrias manufactureras de los interiores de América.
El caudillo era quien interpretaba con más claridad las demandas de su comunidad, las cuales coincidían con sus intereses particulares. El caudillo era generalmente propietario de tierras o un comerciante ligado al tráfico regional que era plebiscitado por sus pares y subordinados. Alén Lascano, cuando se refiere al caudillo santiagueño Felipe Ibarra, dice que “cada jefe es por voluntad de los suyos: una lanza, un voto”.
A diferencia de Mitre y Vicente Fidel López que veían al caudillo como el modelo del bandido anarquista, Alberdi sostenía que: “el caudillo supone la democracia, es decir, que no hay caudillo popular sino donde el pueblo es soberano (…) Es el jefe de las masas, elegido directamente por ellas, sin injerencia del poder oficial”. Al respecto, Arturo Jauretche en “Los profetas del odio” dice que el caudillo es “el sindicato del gaucho”, sin dudas.
Asimismo y a modo de ejemplo, el historiador Vicente Fidel López caracteriza a Ramírez tras el Tratado del Pilar como el modelo de caudillo sensato y “civilizado” para diferenciarlo de Artigas, al que considera bárbaro y anárquico.
Planteado así, el movimiento de los caudillos fue el fermento de la conformación de la nación americana, no solo de la organización de un estado. Esto tuvo un significado fundamental en tanto permitió conjugar la tradición hispanoamericana con la revolución, garantizando la cohesión de una comunidad unida por fuertes lazos culturales. Una nación que no se tradujo en una unión política cuando se constituyeron los nuevos estados americanos.
La historia compartida: el artiguismo
La provincia de Entre Ríos tuvo un papel central en el desarrollo del artiguismo ya que, además de los estrechos vínculos de los pueblos a oriente y a occidente del Uruguay, la familia Artigas convivió en ambos territorios. Su esposa Melchora Cuenca, sus hijos Santiago y Manuel y su descendencia estuvieron afincados en la provincia.
También es importante recordar que Artigas en marzo de 1811, tras su viaje de adhesión a la Junta revolucionaria de Buenos Aires, registró su paso por Nogoyá donde tomó contacto con Justo y Eusebio Hereñú, a quienes se puede considerar como los primeros artiguistas entrerrianos. Eusebio será, en 1814, quien llevó al triunfo a las tropas artiguistas en el Combate del Espinillo, lo que señaló el nacimiento de la autonomía de Entre Ríos.
A fines de 1811, en las costas del Ayuí, la tierra entrerriana fue el asiento que el pueblo oriental eligió tras su glorioso éxodo. Prontamente se incorporó Francisco Ramírez, una de las principales espadas de la Liga de los Pueblos Libres, quien llegará a ser el Comandante General de la provincia.
Asimismo, fue Entre Ríos, en particular la villa de Concepción del Uruguay, la sede de uno de los congresos más trascendentes de la Liga: el llamado Congreso de Oriente o de la Liga de los Pueblos Libres.